“Yo también fui una luchadora”: la madre detrás de los guantes de Débora Dionicius
Silvia Schurman crió a seis hijos vendiendo pasteles y apostando por lo que pocos entendían: que una nena del barrio podía llegar a ser campeona del mundo. Hoy, en cada cinturón que alza “La Gurisa”, también están sus manos.
En una casa del barrio Pompeya, Silvia Graciela Schurman crió a seis hijos con esfuerzo y mucho amor. Entre ellos, Débora Dionicius, conocida en todo el país como “La Gurisa”, actual campeona mundial de boxeo de la Federación Internacional de Boxeo (FIB) en la categoría supermosca, que dejó en alto el nombre de Villaguay, Entre Ríos y Argentina a nivel global. Pero detrás de cada cinturón y medalla obtenida, hay una madre que peleó su propia batalla: la de criar, sostener y acompañar.
A sus 66 años, recuerda con gratitud y emoción el camino recorrido. “Para mí es un orgullo grandísimo tener una hija campeona mundial”, dice a El Pueblo y enseguida aclara: “Aunque no fue la primera en subirse a un ring. La que empezó fue mi hija Miriam cuando tenía 12 años. Ella llevaba a su hermano Andrés al gimnasio para que adelgace un poco y al final se entusiasmó también”.
El boxeo terminó siendo cosa de familia. “Débora empezó yendo a ver los entrenamientos de su hermano. Hasta que un día le dijo a Peteco (Luis Alberto Franco, su entrenador) que quería probar. Tenía 13 años. Él pensaba que iba a ser solo para estorbar, que no iba a durar. Pero ella dijo: ‘Esta vez voy a boxear de verdad’. Y lo hizo”.
La decisión de Débora no fue fácil de asimilar para su madre. “Por supuesto que me dio miedo. Yo decía ‘no puede ser que mis hijas me salgan boxeadoras’. Pero Peteco me habló, me dijo que las iban a cuidar y firmamos el permiso con mi esposo, como hice antes con Miriam, porque eran menores de edad”.
Débora debutó como amateur, con apenas 14 años de edad, en Gualeguay. “Le pusieron una rival que ya tenía como siete peleas y ganó. Ahí arrancó y no paró más”, recuerda Silvia. De ahí en adelante, la trayectoria fue ascendente: torneos locales, provinciales, hasta llegar al Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CENARD), ubicado en el barrio porteño de Núñez, donde entrenó cinco años. “Ahí empezó a viajar: conoció México, Ecuador, Brasil, Panamá, hasta Rusia… Yo la miraba por televisión y no podía más de los nervios porque cada golpe que le daban lo sentía como si fuera propio”, confesó.
Hoy, “La Gurisa” tiene una carrera consagrada: peleó en distintas partes del mundo y logró títulos importantes, pero en casa sigue siendo Débora. “Cuando vivía conmigo, yo le preparaba las comidas especiales de su dieta. Nosotros comíamos una cosa y ella otra. Sin sal, sin condimentos, con limón. Todo para que pueda dar el peso. Ahora ya vive con su esposo y se arregla sola, pero siempre fue muy estricta con eso”, señaló.
Silvia también guarda anécdotas de una Débora “peleadora” desde la infancia. “Cuando iba a la escuela, tenía fama de no dejarse pasar por nadie. Un día una chica le dijo algo y Débora le respondió: ‘Te voy a esperar a la salida’. Y lo hizo. Después, un muchacho le contó a mi esposo que había visto una pelea tremenda enfrente del Registro Civil. ¡Y era nuestra hija! Qué vergüenza…”, dice entre risas.
A lo largo de su vida, Silvia ha sido más que una madre. Fue sostén, ejemplo y guía. “Yo también fui una luchadora. Crié a seis hijos: Gustavo, Tatín, Miriam, Yamina Gómez (que ahora también está en una escuela de boxeo en Santa Cruz), Débora y Andrés Dionicius. Trabajé en casa, amasando. Hacía pasteles y los chicos los vendían en el barrio. Yo los crié vendiendo pasteles”, relató.
Hoy, cuando camina por las calles de Villaguay, Silvia ya no escucha los murmullos que había al principio: “Antes decían ‘mirá esa negrita petisa, cómo va a ser boxeadora’. Pero después, cuando fue ganando, cuando la vieron en la tele, la empezaron a respetar. Hoy es una ídola. Y yo soy su mamá”.
Cuando se le pregunta qué le diría a la madre de una chica que quiere seguir un camino poco convencional como el boxeo, Silvia responde sin dudar: “Que la familia la apoye. Es un deporte rudo, más para una mujer. Pero si le gusta, si le apasiona, que la acompañen, como yo acompañé a Débora”.

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