La huella imborrable de la maestra rural en el corazón del campo entrerriano
Virginia Questa, con 29 años de trayectoria, relata los desafíos y recompensas de enseñar en las zonas rurales de Entre Ríos, donde la vocación se convierte en un puente de educación y afecto.
El pasado 9 de noviembre, Argentina celebró el Día de la Maestra Rural, una fecha dedicada a honrar la vocación y el compromiso de quienes llevan educación a las zonas más remotas del país. Esta conmemoración recuerda el nacimiento de Rosario Vera Peñaloza, destacada educadora y pedagoga, quien dedicó su vida a la enseñanza en ámbitos rurales.
En este marco, Virginia Questa, maestra con 29 años de trayectoria en la docencia rural, compartió con El Pueblo sus experiencias, desafíos y los momentos que la marcaron en su carrera. Desde su infancia en Cantina Bonaldo, distrito de Raíces Oeste, Virginia creció inmersa en el contexto rural, lo que moldeó su vocación desde temprana edad.
“Siempre trabajé en zona rural. Pocas veces hice suplencias en escuelas de la ciudad, siempre me gustó el campo, a pesar del esfuerzo adicional que implica. Es un entorno con muchos desafíos, pero los vínculos que se generan son únicos”, expresó.
El sacrificio detrás de la vocación
Actualmente, Virginia enseña en la Escuela N°19 “Mariano Moreno”, en Lucas Sud Primera, a 35 kilómetros de Villaguay. Su recorrido diario incluye 20 kilómetros por caminos de ripio y 15 más por calles de tierra. “A veces viajo a dedo o en moto, pero si la lluvia complica los caminos, siempre hay un padre dispuesto a llevarme”, comentó.
En esta pequeña escuela multigrado, Virginia enseña a ocho alumnos desde nivel inicial hasta quinto grado, creando un ambiente que describe como una gran familia. “El docente rural pasa a ser parte de las familias de los niños. Es un ida y vuelta de afecto y conocimientos que enriquece tanto a los alumnos como a uno mismo”, destacó.
Desafíos únicos y recompensas invaluables
Virginia recordó los tiempos en los que vivió en las escuelas, en contextos sin energía eléctrica ni teléfonos móviles. “No todos están preparados para trabajar en el campo.
La soledad y los atardeceres gigantes pueden ser abrumadores. La nostalgia de la familia pesa, pero la vocación es más fuerte”, reflexionó emocionada.
A pesar de las dificultades, la maestra destacó la satisfacción de ser recibida con
abrazos y flores por sus alumnos. “Ese amor puro, el contacto con la naturaleza y la posibilidad de dejar una huella positiva en la vida de los niños hacen que todo valga la pena”, concluyó.
El legado de la maestra rural
Virginia es un ejemplo vivo de los valores que se celebran cada 9 de noviembre:
dedicación, sacrificio y amor por la enseñanza en los rincones más alejados del país. Su historia, como tantas otras, refleja la importancia de la educación rural como puente hacia un futuro lleno de posibilidades para las comunidades rurales entrerrianas.
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