Daniel Elías y el secreto de sus sonetos
El escritor entrerriano, hoy poeta de culto, falleció el 29 de noviembre de 1928.
Daniel Elías nació en Gualeguaychú en 1884, pasó su infancia en Villaguay, y vivió en una amplia casona conocida como “la casa de los Elías”.
Cursó sus estudios secundarios en el histórico Colegio Nacional de Concepción del Uruguay. Se recibió de abogado en la Universidad Nacional de La Plata, y una vez que obtuvo el doctorado, ingresó en la magistratura entrerriana y ejerció como juez.
Casi un escritor “de culto”, y con especial predilección por los sonetos, su obra se
publicó luego de su muerte. Su primer libro, Las alegrías del sol (1929) contiene 47 sonetos, y Los arrobos de la tarde (1938) es un poemario publicado en 1938 y muy apreciado por su lírica. Ambos, de tiradas limitadas, no volvieron a ser publicados hasta 2015, cuando se editó su Obra poética, que reúne ambos libros y otros textos inéditos. Fue siempre rescatado por grandes poetas entrerrianos como Carlos Mastronardi, Juan L. Ortiz y Amaro Villanueva.
Se casó, tuvo dos hijos y murió muy joven. Además, fue abogado y ejerció como
juez en la magistratura provincial. En Villaguay, una calle del suroeste de la ciudad lleva su nombre.
Un poeta leído por poetas
En 2013, la Universidad Nacional de Entre Ríos y la Universidad Nacional del Litoral editaron su Obra Poética, en el marco de “El país del sauce”, una colección que tiene como motivo la región cultural que definen los ríos Paraná y Uruguay y que reúne textos clásicos de distintas ramas del arte y la ciencia.
Sobre su poesía, la web especializada Autores de Concordia recopila: “La obra de
Elías fue siempre bien nombrada –no lo olvidan los poetas mayores de Entre Ríos: Carlos Mastronardi, Juan L. Ortiz, Amaro Villanueva, Arnaldo Calveyra– pero al parecer poco leída, atendiendo –hasta ahora– a la difícil posesión de sus libros. Esta poesía atesora aún su secreto. Quizás baste un verso para evocarlo: ‘La desgracia feliz de ser poeta’, según Villanueva; ‘De linda esta mañana parece una mentira’, según Calveyra. El lector que nunca sintió el nombre de Elías, se confrontará de pronto a un universo insospechado. Dice Miguel Ángel Federik, responsable de este volumen: ‘Le bastaron memoria y mirada creyente para darle estatura a modestas cosas: el verdor de unas exiguas viñas con gorriones, la luz dominical de unos cielos apacibles, los estadios del día entre los sauces, la sombra andante de sus héroes anónimos, el trigo que nace después de las batallas y esos trabajos del sol que pone hombres de pie y sigue haciendo redondas las naranjas’.”
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